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FÊMINA NOSFERATU: WILHELMINA LÛCTUS AETERNUM IN FLAGRANTIA AMORIS.


Ego sum Mina.

En un mundo desconocido para la mayoría de los mortales, que es el de la oscuridad, las penumbras y los sepulcros, se logra ver mi silueta. Ese cuerpo frío, con fascia de muerte. Mis ojos perdieron el brillo que denota vida, mis manos tienen garras, y me han crecido los colmillos. Descalza, con piel pálida, casi azul, a momentos camino y a momentos floto entre la luz de la luna, que se cubre con las nubes en movimiento, y el viento que hace volar mi cabello. Ya no como ni duermo, sólo camino buscando respuestas.

Por vestidos llevo andrajos, que despiden un olor a muerte, a podredumbre, todo es confuso e incierto.

No es el mundo humano, no es el mundo mortal, sólo hay tristeza y desolación.

Imágenes llegan a mi mente. Una mujer en un parque, siempre el mismo, a la que le dan vueltas los brazos de un hombre, siempre el mismo también; se oyen murmullos, risas y se percibe un sentimiento que no conozco, porque en mi mundo el Amor no existe, sólo la Pasión.

Tengo la capacidad de  cruzar esa fina y delgada línea entre la vida y la muerte. El mismo hombre, el mismo parque, la misma mujer.

De mis ojos brota sangre, no es  llanto, no es dolor, es algo más. No hay humanidad en mi gesto, no entiendo cómo la mujer que veo y yo tenemos tanta similitud. Pero no entiendo la relación entre ellos.

Mina es mi nombre.

Regreso con la boca llena de un olor a sangre. De tu sangre que me apasiona, que  me hace recordar tu cuerpo caliente. Tú, mi víctima. Y como insaciable asesina, ¡tengo ganas de más!

Mordí tus labios y tus tetillas, ¡y sudabas! Te retorcías en mis brazos, implorando que acabara con tu vida. Y cuando tu deseo iba a ser cumplido, un recuerdo de nostalgia, de humanidad, llegó a mi mente y te dejé  herido de muerte y con una maldición: vivir por vivir. Porque tu vida y tu corazón pertenecen al llamado limbo, ya no son del mundo de los humanos ni del mundo de las sombras donde yo, Mina, floto con ese frío sin vida entre los sepulcros donde pasaré el resto de los momentos hasta que logre otro sentimiento que no sea la Pasión por los humanos y su sangre.

Si por las noches sientes como un viento helado, que roza tu cara y envuelve tu cuerpo, y abres los ojos percibiendo ese olor a casablancas, soy yo, Mina, que busca su presente en tu pasado.

Wilhelmina es mi nombre y no dejo de pensar cómo un animal hambriento e insaciable podría haber soltado a su presa aquella noche. Sangrabas por los labios, las tetillas y el pene, los orificios de los colmillos se cubrían con el abundante líquido rojo.

Eras perfecto, víctima saludable, musculoso, fuerte, lleno de vida, ¡y con esa sensualidad que convierte los instintos de cualquiera en frenesí salvaje!

Desataron la furia y el monstruo que soy dentro. ¡Ahora la vampira hambrienta e insaciable buscará al hombre todas las noches para poseer su sudor, su semen, su sangre, su saliva y cualquier vestigio de vida que emane de su cuerpo!

 El hombre se escondía, pese a la maldición donde no dejaba de pensar en ella, en sus ojos sin brillo y en su boca que succionaba con placer todo lo que de su cuerpo sensual y desnudo emanaba.

Un olor a casablancas invade el aire. He dejado los sepulcros y cruzado el límite a la vida, descalza, ¡con  garras y colmillos voy por mi más grande obsesión! Me miran por mi vestimenta y mi cara parcal, pero ni cuenta me doy. Sólo escucho múltiples latidos, pero ninguno es tan intenso como el de él.

Los episodios de vida que me torturan sólo muestran a aquel mortal para el cual era como una maldición haberme conocido; me recordaba cada momento del día de todos los días, y era volver a vivir esas garras que clavo lenta y profundamente en su espalda.

 Mina es mi nombre.

Para ti soy el nombre de la perdición eterna, fin de toda tu esperanza, promesa cierta de tu ruina.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

KLÁVOTCHKA

 

 

 

 

 

 

LAS MALAS COMPAÑÍAS: DE GATOS E VAMPIROS

 

«tu mundo es otro, mucho más oscuro…»

Me fuí una vez huyendo de un dolor injusto, dejando atrás de mí, confuso, la mano a la que me acogí alguna vez a recibir caricias. Sin un rumbo definido, simplemente siguiendo los caminos invisibles que mi instinto me señalaba. Rápido, hecho un rayo, apenas una sombra en medio de la noche. Llegué al cementerio. Paz. Profunda. Inerte, sin ninguna intención. Sólo la paz pura.

Y allí estaba. Canturreando entre un inmenso público estático bajo las lápidas. Algunos cuervos aprobaban desde sus ramas su presencia. Yo la ví en silencio. Pero sabía que ella no precisa de sus ojos para verme. Y pensé «Hola».

Como si me hubiera asignado el sitio donde yo estaba, y lo conociera de antemano, volteó segura su mirada verde. Es que tiene dos aceitunas fosforescentes que fulguran en el marco pálido de su rostro exangüe. Ojos que guardan las historias y promesas encerradas en el musgo. Me sonrió y pude ver sus dos afiladísimos colmillos, alabanza de marfil al peligro. Me acerqué ronroneando. Nosotros sabemos que su pueblo no nos daña. Ambos hemos sido exiliados desde siempre. Y compañeros en los tiempos.

Pasó la punta de su uña, pieza de cristal cortado terrible y bello, por mi lomo. Se desgarró la presa de mi angustia. Y lloré sin lágrimas entre sus brazos. Ella también lloró, mucho, muchísimo. También sin que una lágrima corriera.

Aliviados, caminamos juntos. Fuimos a ver cómo bailan las luciérnagas que quieren ser estrellas, rociando de luz la ciudadela de los muertos. Nos sentamos bajo los árboles antropófagos, altos, serenos, hermosos, bien nutridos. Iba a amanecer y ella regresaría a su cripta. Suspiramos juntos. Y al cerrar sus ojos, recostándose dulcemente en su mortaja de espumosos encajes crepitantes, comenzó a soñar su historia. Me la regaló. Hoy te la cuento.

Ella es Klávotchka, mi amiga (Mina). No muerta, pero ¿siempreviva?. No, ella transita entre los mundos. Al igual que nosotros, ellos tienen el hechizo con que vemos hacia la otra dimensión, la que acecha en los ángulos de las esquinas desde antes que iniciara el tiempo. Son habitantes de las sombras y los miedos de los hombres.

Nos unieron laceraciones del amor disuelto. Nos unen alegrías nuevas descubiertas. Gozamos de aquelarres festivos con los brujos bailadores. Visitamos los pueblos de la noche. Aprendemos lenguajes ocultos. Salimos a probar nuestra tolerancia al sol de la alborada, jugando con el riesgo.

Insiste muy risueña en ir conmigo al manicomio. Quiere que le den un cuarto. Acolchonado, íntimo, secreto. Donde pueda caminar por las paredes como ella sabe hacerlo. Yo la busco porque me hace esculturas en los dientes. Y porque me consuela. De lo que haya o no haya.

El otro día fuí a su cripta. Contenta (aunque casi siempre inexpresiva) me dió salchichas con limón, palomitas, vino. Me enseñó a las únicas constantes compañías de sus recientes siglos: unas piedras. Ella las caza. Las piensa, las presiente. No sé si las huele. Pero las sabe, las busca y las encuentra. Una vez que las ha cazado, las lleva al cementerio. Las lava en el arroyo. Las acuna, las arrulla. Luego las pinta mientras les cuenta cuentos. En realidad deposita en ellas fragmentos de su historia. Y las piedras se quedan tan contentas. Sentaditas en su cripta, siempre tan atentas.

Así me traje hoy uno de los sueños de Klava-Wilhelmina.

Mi amiga bebe sorbitos de tequila con láudano, que no la matan (¡si está no-muerta!). Hace bombas con chicle de cicuta. Yo sólo lamo la orilla de una copa de vino dorado que me sirve. Por supuesto, ambos acechamos las almas y sabores de algunos hombres. Elegidos para que ellos mismos imploren su suplicio. ¡Ja!

Con cariño infinito, nos cuidamos. Nos amamos. Descifro para ella los códigos precisos, como solemos hacerlo los gatos con las wicca. Klava, es mi vampira.

 

ALEC